El cuento de la historia se remonta en ese año 2020 que cambió nuestras vidas tan abruptamente al parar el mundo en seco pero que aún podía darnos sorpresas como ninguna otra había llegado a imaginarse jamás; se encontraba al borde del abismo y sin embargo continuaría un día entero más con vida. Nos sumergimos con optimismo en casa de una familia similar a la tuya vez que cualquiera ve su propia forma de vivir se difumina antes nuestros ojos hasta perderla contando, como le sucede actualmente a millones de personas, entre cuatro paredes, acuciada por el temor cada vez que le suena el teléfono, cuidando de establecer una distancia prudencial respecto a sus más seres queridos y dejando atrás todo lo que antes disfrutamos por normal. En esos primeros días, cuando las paredes comienzan a cerrarse, las palabras se toman de otra forma y el reloj parece moverse un poco diferente; todo esto empezó a suceder muy gradualmente. Poco a poco, la familia sigue con esa sensación de apretar la garganta, de pesadumbre sobre nosotros, de estar atrapados en algo más grande que uno mismo, esos sentimientos que resonaron por millones en todo el país a lo largo de meses infinitos.
Mientras los días se convierten en semanas y las semanas en meses, comenzamos a descubrir las pequeñas batallas que acontecen dentro de la gran campaña de la familia. Allí está ella, sosteniendo mil platos en el aire: una teleconferencia en la mesa, los deberes de los niños por hacer, de almuerzo y cena que no se puede saltar ni matar a tres veces diarias, y esa sonrisa que luchamos por mantener, aunque por dentro todo está a punto de derrumbarse. Sin embargo, él mira por la ventana displicentemente sin gesto feliz. "No desarmar", le habían avisado antes de su salida, pero aún siente que entrenar el propósito le abandona. La boca cerrada de él sólo resplandece un silencio interno cada vez más grande cada día. Los pequeños hombres con sus mochilas olvidadas en un rincón, amigos que se han convertido en pequeños cuadrados en una pantalla, y esta energía contenida que a veces estalla en lágrimas, a veces en gritos, a veces en un silencio tan terrible que asusta más que cualquier berrinche. Puede estar sintiendo las tensiones. Cada uno de los miembros busca su espacio en algún rincón tranquilo, su rutina segura de refugiar su mente, una pantalla donde ahogar por completo. No son ya los mismos de antes, y algo en ellos ha cambiado. Date cuenta de cómo este mundo lejano y extraño cuando era joven se ha vuelto un tanto extraño.
La historia no nos ofrece una conclusión con bonito lazo, porque el cambio que ha ocurrido en esta familia en todos nosotros es profundo y sigue su curso incluso cuando las puertas vuelven a abrirse. Sin embargo, entre las grietas de lo que se rompió, empiezan a brotar pequeñas luces: conversaciones más honestas, tiempo que antes no existía, valoración de lo simple. Aunque el título nos habla de una "locura" compartida, esa locura también es una metamorfosis, un desprenderse de viejas pieles para descubrir nuevas formas de estar presentes, de acompañarnos, de cuidarnos mutuamente. Así, "El año en que nos volvimos todos un poco locos" no solo nos cuenta esos meses de incertidumbre, sino que nos muestra cómo, en medio del caos, descubrimos lo verdaderamente esencial: un abrazo esperado, una mesa compartida, una mirada que dice "estoy aquí", y ese tiempo que, quizás, nunca habíamos tenido para mirarnos de verdad.
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